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Edición del "libro de las aguas"

04.04.08

Las aguas de Granada es una publicación editada por Emasagra, coincidiendo con la celebración de su vigésimo quinto aniversario, con el ánimo de acercar al granadino, y a los curiosos en general,  la historia del abastecimiento y del saneamiento de la ciudad de Granada, contemplada desde una mirada técnica. Desde esa perspectiva, las obras de ingeniería que han hecho posible la traída del agua a Granada y por tanto el surgir y el crecimiento de la población nos aparecen mostradas – a lo largo de toda su historia -  desde un doble punto de vista: la utilidad de las actuaciones realizadas y la estética de las mismas. Las páginas de este libro nos permiten por tanto admirar  toda la arquitectura utilitaria creada en torno al agua, desde las soluciones adoptadas por los primeros colonizadores de nuestras tierras y el proceso de sedentarización, pasando por las aportaciones romanas y árabes hasta llegar al ciclo urbano del agua de nuestros días.

El autor, Miguel Rodríguez Ruiz,  técnico de la Empresa Municipal de Abastecimiento y Saneamiento de Granada (Emasagra) desde su constitución en 1982 y granadino por los cuatro costados, inicia su relato mostrándonos la complejidad del agua, el recurso más abundante en la naturaleza y sin embargo, el más extraño, y ante el que se diría que el autor no cesa de asombrarse,  por su aspecto multiforme (sólido, líquido, gaseoso),  por su presencia en las océanos y en las piedras, por sus cualidades físicas y químicas y por su eterno fluir en el ciclo integral del agua que nos ofrece la naturaleza.

Tras esta introducción, el libro se estructura en dos grandes capítulos: el primero dedicado a mostrar  las grandes aportaciones de las distintas culturas a las cuestiones del abastecimiento y el saneamiento; mientras que el segundo sigue las huellas arqueológicas e históricas del  devenir de Granada para extraer el hilo conductor de la ingeniería hidráulica hasta nuestros días.

Al hablarnos del aprovisionamiento de agua, el autor se detiene con particular atención en la aportación romana, de la que muestra obras de ingeniería como los acueductos o las herramientas utilizadas para su construcción como el corobate , junto a otras cuestiones menos divulgadas como los consejos de Vitrubio para conocer las calidades de las aguas, el minucioso dimensionamiento romano de las redes de distribución para que la velocidad del agua se adecuara a la utilidad y el uso previsto, el gran número de empleados, funcionarios y esclavos que la “civitas romana” dedicaba a la gestión de los servicios de captación,  conducción y distribución del agua o los trabajos de Frontino, en la época del emperador Nerva, con instrucciones para controlar el agua no registrada, lo que convierte a los romanos en precursores de la lucha contra el fraude y el despilfarro.

En este primer capítulo también destaca la importancia dada al saneamiento, como piedra de toque de modernidad, y donde se contraponen los avances de las civilizaciones romanas y árabes a la situación de los países centroeuropeos, el impacto tardío en la ingeniería sanitaria de la aparición de la máquina de vapor, el desarrollo de las instalaciones sanitarias en el interior de los edificios en EEUU avanzado el siglo XIX y el desarrollo de las instalaciones sanitarias pareja a la introducción del gas en las cocinas de los edificios.

Cierra el capítulo un encendido elogio a las dos grandes aportaciones de España a la gestión moderna del agua, la Ley de Aguas de 1879 y la creación de las confederaciones hidrográficas, sistema de explotación de los recursos hídricos por cuencas naturales de los ríos, procedimiento reconocido mundialmente y propuesto como modélico en la actualidad.

“Hablar del agua, es hablar de Granada y para hablar de Granada hay que hablar de sus aguas, pues como dijo Rafael Guillén, sin el agua no se entiende Granada”. Con estas palabras arranca el capítulo segundo del libro que tiene por objeto mostrar las aportaciones de las distintas culturas a la solución de los problemas de abastecimiento y saneamiento de Granada.

Ante nuestros ojos desfilan a la par perímetros de fortificaciones y restos arqueológicos de cisternas y canalizaciones que subrayan la indisoluble vinculación de cualquier poblamiento a la existencia de un sistema de aprovisionamiento de agua. En la controversia sobre la fuente de captación que alimentó la Ilíberris romana, el autor se decanta por las hipótesis que la sitúan en la acequia de Aynadamar o incluso en el propio río Darro a partir de los restos localizados en la toma de la Acequia Real, frente a la romántica versión que la situaba en el Manantial de Deifontes, y esto por una clara cuestión de cota, ya que la plaza de San Nicolás está emplaza unos 70 metros por encima de la cota de los manantiales y de la presa romana relacionada con ellos, lo que constituía en aquella época en que se desconocía cualquier tipo de bomba de impulsión, un obstáculo insalvable.

Para cantar las excelencias de las aguas de Granada, Miguel Rodríguez pide prestada su voz a cuantos las han ensalzado a lo largo de la historia. En un prolijo trabajo de documentación leemos al primer rey zirí Abd Allah, al almohade Ibn Idari, a Hernando de Baeza, a Jerónimo Muntzer, a Bermúdez Pareja, a Henríquez de Jonquera, entre los históricos. A Seco de Lucena y a Pareja López; y a Cesáreo Jiménez, a Bermúdez Pareja, a Malpica Cuello, a Trillo San José  o a Viñes Millet, entre otros, ya en nuestros días.

Una de las aportaciones del libro es la minuciosa descripción que realiza de fuentes y pilares, algunas hoy perdidas, así como la enumeración  y descripción de los molinos, patrimonio industrial y cultural de Granada. Al mismo tiempo, la publicación aporta numerosas referencias sobre los pagos del agua, desde las “cadaes” árabes a las Reales Cédulas de los Reyes Católicos, donde se establecen el importante cargo de Administrador de las Aguas y el Juzgado Privilegiado de Aguas o aquellas que conminan a todos a pagar el agua que usaren sin exonerar a nadie del pago, fueran nobles, religiosos o conventos; o las sucesivas Ordenanzas que regulaban la distribución y la administración de las aguas de la ciudad y las que afectaban a una acequia en particular.

Finalmente la publicación se plantea el reto de describir la odisea del agua en la Granada moderna.  La historia arranca a mediados del siglo XIX, en un momento en que las inmemoriales concesiones de agua ya no se ajustaban a las verdaderas necesidades de los ciudadanos, crecía la confrontación entre los intereses agrícolas, industriales y urbanos, la insuficiencia de las aguas era evidente y el alcantarillado se encontraba en un pésimo estado. La publicación recoje una pormenorizada descripción de todos los proyectos y estudios que ilustraron nada menos que durante un siglo el debate de la potabilización del agua de Granada. Desde los planos del proyecto de traída de aguas del Genil antes del río Aguas Blancas, del arquitecto municipal  Santiago Baglieto de 1858,  al estudio sobre la calidad de las aguas de Alejo Luis Yagüe, catedrático de Farmacia, que andando los años sería decisivo para decidir el origen del agua de Granada; desde la epidemia de cólera morbo de 1885, hasta las más de 10 soluciones planteadas entre 1885 y 1924. Dos alcaldes son citados como decisivos para la llegada de una solución: el Marqués de Casablanca, con quien se aprueba finalmente la captación de las aguas del Genil, aguas arriba de las desembocaduras de los ríos Aguas Blancas y Maitena,  y Gallego Burín, con quien Granada vería terminada en 1950 su primera estación  potabilizadora. La nueva Estación, proyectada y construida bajo la dirección del ingeniero municipal José Fernández Solsona resultó ser la  primera en España por su capacidad de tratamiento, situado entonces en 450 l/s, y la más avanzada de su tiempo por su ingeniería y por su sentido ecológico, pues en ella se aplicaron soluciones que permitían un importante ahorro energético.

Dos hitos más han marcado, según Miguel Rodríguez, la historia moderna del agua de Granada: la puesta en funcionamiento de las dos Estaciones Depuradores de Aguas Residuales (E.D.A.R.), construidas bajo proyecto y dirección técnica de Confederación Hidrográfica del Guadalquivir y financiadas por la Consejería de Obras Públicas y Transportes de la Junta de Andalucía, al amparo de un Acuerdo Marco, lo que permitió a Granada cerrar el Ciclo Integral del Agua y la  transformación de Emasagra en empresa de capital mixto, con la entrada del Grupo Agbar (1997), que se traduce de inmediato en los ejes de actuación que caracterizan el buen hacer de la empresa: servicio a la ciudad, atención al cliente, calidad y desarrollo sostenible, formación de los trabajadores, mejora de las infraestructuras hidráulicas y expansión de actividades. En este periodo todos los procesos que componen el ciclo integral del agua gestionados por Emasagra se integran en un doble sistema de calidad certificados conforme a las Normas UNE EN ISO 9001 y UNE EN ISO 9.014.

En 2007, la Emasagra local de 1997 se ha hecho metropolitana, acercando a los municipios que gestiona su tecnología, su experiencia y su disponibilidad. Este entendimiento y buen hacer ha sido el embrión del Convenio Metropolitano que va a definir los planes futuros de abastecimiento y saneamiento del área metropolitana de Granada.

Las aguas de Granada constituye un rendido homenaje del autor y de Emasagra al ciclo vital del agua en la naturaleza de la que la ciencia moderna continúa aprendiendo y copiando para realizar una gestión sostenible del agua.